30 de diciembre de 2011

HEBE, EN LA LECTURA DE LA "CARTA DE LA IGUALDAD" DEL ESPACIO CARTA ABIERTA


La presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo estuvo, este mediodía, en la Asociación Argentina de Actores en la lectura de la Carta Abierta número 11.
Hebe fue invitada a escuchar la lectura del documento, cuyo eje principal es la igualdad, además de hacer un recorrido por los últimos ocho años de gobierno a partir de la asunción de Néstor Kirchner.
Al arribar, la Presidenta de la Asociación recibió cálidos aplausos del público presente, en su mayoría miembros del espacio Carta Abierta. Entre otros, se acercaron a saludarla el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González; el filósofo Ricardo Forster; Carlos Girotti, sociólogo y dirigente de la CTA,; y la actriz Ana Celentano.
En diálogo con los medios presentes, Hebe sostuvo: "Me invitaron a la lectura de la nueva Carta, y vengo a escucharla y a participar. Siempre han sido muy interesantes las Cartas, y luego la analizaremos". Posteriormente, al ser consultada sobre qué representan para las Madres el espacio de Carta Abierta, expresó: "Me parece muy importante que los intelectuales se hayan decidido a apoyar. La intelectualidad siempre estuvieron lejos de las Madres, en principio nos costó muchísimo y sufrimos, y el paso que dieron fue maravilloso".
Luego, ante consultas periodísticas, reflexionó sobre los próximos cuatro años: "Siempre uno tiene sueños que se van cumpliendo, y tratando que la igualdad sea una realidad, como hace Cristina que lo repite. También la libertad, la libertad de prensa, el trabajo, la educación, y ahora el tema de la igualdad que es muy difícil, en un país tan extenso. Estuve hablando con el 'Perro' Santillán que sigue peleando allá en Jujuy, y vemos que hay gente que le falta, pero entre todos, poniendo un poco cada uno, vamos a llegar".
Finalmente, se refirió a la combinación de los conceptos "igualdad" con el "capitalismo": "Hay muchas formas de ver al capitalismo, es como el marxismo, cada uno lo ve de manera distinta. El capitalismo siempre fue represión, opresión, dictadura, invasiones, eso ha hecho el capitalismo. El socialismo también ha tenido sus cosas malas, entonces me parece que hay que lograr un término medio, tal vez haya que inventar un nombre nuevo entre el capitalismo y el socialismo, entre el marxismo y el peronismo, se tiene que dar eso, porque lo que hizo el peronismo es una maravilla, pero si lo analizás desde la época del marxismo lo que hacía Perón estaba mal. Creo que llegó el momento de lograr un término medio".
La "Carta de la Igualdad" analiza el proceso que llevó a la reelección de Cristina Kirchner y los desafíos que se abren a partir de su segundo mandato, además de recorrer las principales medidas de los últimos ocho año de administración kirchnerista.
El primer párrafo expresa: "El triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones del 23 de octubre con el 54 por ciento de los votos expresa la voluntad popular por la profundización de los cambios. En esa decisión de millones de personas se vislumbra la apuesta por una política transformadora, perseverante en su irreverencia frente al orden establecido".
En tanto, en alusión al impulso del gobierno a las cuestiones de derechos humanos, en otro de sus párrafos puede leerse: "En nuestro país se había desarrollado una inédita construcción militante de derechos humanos. Heroica por parte de las Madres de la Plaza, que en plena dictadura lucharon por la recuperación de sus hijos, y multiplicada luego en un vasto friso de militancias. Con la decisión de desarmar el dispositivo de la impunidad, el gobierno recuperaba las reivindicaciones centrales de ese movimiento: Memoria, Verdad y Justicia y, al hacerlo, se fundaba a sí mismo como una experiencia política radicalmente nueva".


26 de diciembre de 2011


Desde el Espacio Carta Abierta Venado Tuerto invitamos a la lectura pública de la Carta Abierta nº 11 en la CABA



JUEVES 29 DE DICIEMBRE DE 2011
LECTURA PÚBLICA DE LA CARTA ABIERTA /11
LA CARTA DE LA IGUALDAD
En los hilos del presente argentino, en los hechos que fueron amasando sus condiciones, es posible encontrar algunos que llevan hacia la cuestión de la igualdad. Esa es, creemos, la carta que hay que jugar en el período político que se abre con la reasunción de Cristina Kirchner como Presidenta. Esa carta supone continuidad de las políticas de ampliación de derechos, que van desde considerar la igualdad en el plano del derecho al ingreso –con la asignación universal por hijo- hasta el reconocimiento de los mismos derechos para grupos diferentes, como ocurre con la ley del matrimonio igualitario o la de identidad de género. La igualdad está en el nombre mismo de esas normas y, a la vez, es el horizonte irrenunciable de las mejores políticas del país.

Pero también la igualdad exige novedad y profundización: más vastas reformas económicas –que incluyan la reglamentación tributaria, la afirmación de las paritarias y la mejoría salarial; las normas para sustraer las políticas económicas del condicionamiento que supone una economía concentrada y transnacionalizada-; arriesgadas vocaciones por la justicia, que lleven a considerar leyes apropiadas para garantizar el derecho a la tierra de los campesinos e indígenas; primacía del interés público y no de la especulación inmobiliaria en la cuestión del hábitat popular y el desarrollo urbano; y políticas de Estado para la afirmación de la universalidad de la educación y la salud.

Porque mucho se ha realizado, mucho más se hace visible como pendiente. Y reclama imaginación política, fervores colectivos y lúcidos compromisos.-


A LAS 12:45

EN LA ASOCIACIÓN ARGENTINA DE ACTORES

ALSINA 1762 - C.A.B.A.

NUNCA MENOS!

20 de diciembre de 2011

NOTICIAS DE LA IGUALDAD Por Carlos Girotti (*)


Siete lectores su turnaron en la asamblea sabatina del Espacio Carta Abierta para dar a conocer entre los asistentes las siete carillas del nuevo documento público del grupo de intelectuales. Se trata de la onceava carta que lleva por título “Carta de la igualdad”. Hubo aportes, debates y, al cabo, cuando todos se disponían a comenzar el ya habitual brindis de fin de año en la explanada de la Biblioteca Nacional, Amado Boudou sorprendió con su imprevista concurrencia. También estuvieron , como en oportunidades similares, el senador Daniel Filmus y el Secretario de Empleo, Enrique Deibe, pero la llegada del Vicepresidente introdujo una certeza incontrastable: la vigencia de Carta Abierta en el nuevo escenario político.


La crítica situación que, en 2008, hizo que un pequeño pero muy significativo grupo de personas vinculadas a las artes, las ciencias, la educación y la esfera cultural, se pronunciaran en defensa del gobierno asediado de CFK, ha quedado atrás. No es preciso leer las diez cartas elaboradas a lo largo de todo de este tiempo para confirmar tal evidencia. Sin embargo, el derrotero de Carta Abierta podía haber concluido con el 54% de los votos obtenidos por la Presidenta en la última elección. Ya no se estaba frente a la posibilidad cercana de que el gobierno democrático sucumbiera ante el “clima destituyente” generado por la acción combinada de la Mesa de Enlace y los grandes medios de comunicación. Tampoco urgían las respuestas, como en aquella asamblea en Parque Lezama a la que concurrió Néstor Kirchner, una semana más tarde del revés electoral de 2009. Sin embargo, la intuición de que el nuevo escenario político que sucedería a la victoria del pasado mes de octubre traería también desafíos originales y preguntas inquietantes, llevó a la redacción de la “Carta de la igualdad” sin que ello importara, para este espacio intelectual, una suerte de certificado de inmortalidad.

Pero la cuestión de la igualdad, eje vertebrador de la última expresión pública de Carta Abierta, atraviesa todas las cuestiones que hacen a la profundización de la democracia. No es del caso citar aquí párrafos del documento aprobado este sábado; al fin y al cabo, el texto será dado a conocer en breve por sus propios hacedores. Sin embargo, los hechos más resonantes de las últimas semanas, parecieran afirmar que el debate en torno a la igualdad no será, en lo sucesivo, una actividad decorativa en el presente período constitucional.

El crimen que segó la vida del campesino Cristian Ferreyra, independientemente de que sus autores materiales e intelectuales estén presos y sean juzgados, reabre con dramatismo la necesidad urgente de que el parlamento nacional sancione una ley que impida el desalojo de las comunidades de pequeños agricultores y de pueblos originarios de sus tierras ancestrales. Y aun así, en el supuesto de que esa norma ya existiese, la legítima reivindicación todavía podría ser conjurada por autoridades inescrupulosas valiéndose de formas represivas no interdictas o amparadas, peligrosamente, en algunos artículos de la llamada ley antiterrorista, como ya lo han señalado todos los organismos de derechos humanos. La cuestión de la tierra, es evidente, no se reduce a la concentración de la propiedad ni a la extranjerización de ésta; el modelo extractivista tiende a arrasar las antiguas culturas locales, las economías regionales y, junto con ellas, a los ciudadanos que las conforman. Suponer que ellos permanecerán sin inquietarse implica desconocer que, precisamente en los últimos ocho años y medio, el concepto de ciudadanía se ha hecho conciencia en la misma medida en que se ha recuperado la confianza en la política como instrumento de cambio.

En otro orden, la cuestión del trabajo no registrado –que ha experimentado mermas pero aún insuficientes- advierte sobre el ancho campo de conflictos que yace sobre el hecho de que el 34% de la mano de obra ocupada, jóvenes en su inmensa mayoría, se encuentra dentro de esa categoría. Es paradójico que, con esos indicadores, el acto realizado por la CGT en el estadio de Huracán haya jerarquizado las reivindicaciones de la franja mejor remunerada de los trabajadores para confrontar, políticamente por cierto, con el Gobierno. Y es aún más paradójico que la fracción antikirchnerista de la CTA haya descubierto que es posible la unidad en la acción con la CGT cuando, hasta ayer, eso era sinónimo de traición. La cuestión del trabajo no registrado –que no incluye al trabajo precario, siendo que éste persiste como otra lacra propia de una década atrás- atañe directamente a la cuestión de la igualdad porque las grandes patronales siguen midiendo su rentabilidad en base a estas inequidades.

Los ejemplos citados –y se comprenderá que la lista podría incluir, si no fuera por la limitación de espacio, temas igualmente urgentes como la reforma de la carta orgánica del Banco Central, una nueva ley tributaria, otra para las actividades financieras y así por delante- ponen de relieve que el nuevo escenario político trae desafíos también novedosos para la profundización del proyecto que comenzara en 2003 con Néstor Kirchner.

En este contexto, el debate de ideas, el reconocimiento de la existencia de miradas diferentes dentro de ese mismo proyecto, no puede ser sino una etapa superior en la que se enmarca el gobierno nacional, popular y democrático de Cristina Fernández. Pero si el litigio por la igualdad admite el concurso de distintos aportes y enfoques, lo que queda fuera de esta discusión es todo aquello que atente contra la posibilidad misma de la existencia de dicho debate porque, entonces, ya no sería tal: sería confrontación pura y dura.

La certeza de que este tiempo histórico impone un salto cualitativo hace que, propuestas como las del Espacio Carta Abierta, adquieran renovada vigencia, mientras que aquellas que sólo atinan a mirar su estrecho interés corporativo se distancian tanto del interés común que, a poco de expresarse, acaban siendo funcionales a quienes, de la igualdad, no quieren tener ni noticias.-
(*) Sociólogo, Conicet. 18 de diciembre de 2011. ARTÍCULO PARA DIARIO BAE

19 de diciembre de 2011

Carta Abierta nº 11: Carta de la Igualdad


Carta Abierta nº 11: CARTA DE LA IGUALDAD

I

El triunfo de Cristina Fernández de Kirchner en las elecciones del 23 de octubre con el 54% de los votos expresa la voluntad popular por la profundización de los cambios. En esa decisión de millones de personas se vislumbra la apuesta por una política transformadora, perseverante en su irreverencia frente al orden establecido. En su seno, conjurando la totemización del mercado, rescatando voces antiguas de la fragua popular e intentando frente a ellas nuevas formas de lo político, late incipiente la otrora desterrada utopía de la Igualdad. Es acompañada por la validación de un tipo de gobernabilidad que no puede concebirse por fuera de la recreación incesante de lazos constitutivos con una sociedad activa, heterogénea y abierta
–lazos que se asientan en una mirada no complaciente del itinerario nacional: las convicciones deben atravesar los grandes portales de la vasta institucionalidad estatal y permear sus capas y contornos, se dijo, con recreaciones a que asistimos hoy, en 2003-, y el impulso hacia un extendido compromiso militante que tiene en el entrecruzamiento generacional y la convocatoria activa de la juventud una de sus dimensiones más notables. Los argumentos simplistas de la gran prensa -voto conservador, el consumo, la oposición inexpresiva- son velos que ocultan otros destellos resultantes de ocho años de continuidad que también sostuvieron el 54%. El humor social, la recuperación de valores que parecían perdidos, la identidad como pueblo, la confianza en un liderazgo, el compromiso creciente en capas de la sociedad para participar en lo público, la perspectiva y esperanza en un horizonte, un cierto futuro.  

Recordemos que apenas una década ha transcurrido desde las jornadas de movilización popular del 2001, cuando en las calles se sancionó la derrota política -y comenzó el retroceso cultural- de un modelo económico centrado en el capital financiero y un modo de gobierno consistente en la mera administración de lo ya dado. Fueron días de indignación y luchas callejeras que hicieron visibles y generales otros combates, los que venían sosteniendo organizaciones diversas desde mediados de los años ‘90. Y si aquellas habían crecido en la resistencia creando formas nuevas para la política, los acontecimientos de diciembre fueron sancionados con una brutal represión. La crisis desencadenó una transición política que descargó los enormes costos y ajustes del desplome neoliberal sobre las vidas de las mayorías, ya severamente empobrecidas por el régimen caído. Conjuntamente con una aguda recesión avanzó la desocupación, la exclusión, la marginación y la pobreza; mientras la llamada “pesificación asimétrica” transfería ingresos a los sectores más concentrados de la economía.

La historia abrió una alternativa y una esperanza en el 2003. La extendida experiencia política que denominamos “kirchnerismo”, como metáfora nominativa de una capacidad transformadora de características propias, posee un doble carácter: se nos presenta como la evidencia política e institucional de un heterogéneo subsuelo popular irredento en incesante movimiento, capaz de establecer los núcleos programáticos de una nueva etapa argentina, en plena ocasión de una crisis de hegemonía de dimensiones y, a la vez, como un inusitado giro de la historia, una inflexión sin coordenadas de arribo, un acontecimiento creativo que cambia los parámetros amputados de una dinámica de poder sin destino posible mayor que el de una tragedia que muta en parodia de sí misma. La figura de Néstor Kirchner fue el epicentro de esa combinación. Asume la presidencia con un discurso nacional y popular que se distancia del  camino industrial-exportador -desarrollista de derecha- que había intentado desplegar la transición duhaldista. Las urgencias de la inclusión social, del crecimiento del empleo y de la producción se concibieron, en el incipiente proyecto, inseparables de la aspiración de reconstruir el mercado interno y recomponer los ingresos de los sectores populares y medios. Al mismo tiempo, el nuevo gobierno se piensa como heredero e intérprete de la movilización social, viendo en lo popular no sólo los rostros de las víctimas del orden en crisis, sino también de una organización de la que no se podría prescindir. Los movimientos de desocupados fueron actores y partícipes de la nueva construcción, junto a los trabajadores organizados y un múltiple escenario social y político.

La desarticulación del último gran intento por emprender un proyecto de transformación nacional había sido acometida por la dictadura terrorista de Estado, más de un cuarto de siglo antes. Los comandantes y ejecutores de la represión masiva de aquella época se encontraban impunes. Los primeros intentos de Justicia sucumbieron bajo las leyes de impunidad. Pero en nuestro país se había desarrollado una inédita construcción militante de Derechos Humanos. Heroica por parte de las Madres de la Plaza, que en plena dictadura lucharon por la recuperación de sus hijos y multiplicada luego en un vasto friso de militancias. Con la decisión de desarmar el dispositivo de la impunidad el gobierno recuperaba las reivindicaciones centrales de ese movimiento: Memoria, Verdad y Justicia y al hacerlo se fundaba a sí mismo como una experiencia política radicalmente nueva. El desarrollo de los juicios, la ejecución efectiva de cientos de condenas y la constitución de una narración de los hechos centrada en la condena del terrorismo de Estado, configuró un camino que debe seguir siendo profundizado con la investigación de los civiles que colaboraron y fueron beneficiados -como en el caso de Papel Prensa y otras 600 empresas- por lo tramitado en las mazmorras concentracionarias.

El desendeudamiento con el FMI y la restructuración de la deuda externa con una quita inédita; las negociaciones salariales en paritarias que construyeron una dinámica de recomposición de ingresos, y luego la estatización de la administración previsional y la inclusión de millones de beneficiarios excluidos en el régimen jubilatorio, trazaron un camino en el que la disidencia con las recetas de las ortodoxias financieras se estableció en el plano de los hechos. La desarticulación del ALCA marcó el nacimiento de una nueva política de integración regional que se iría constituyendo en nuevas instituciones, con el Banco del Sur, la UNASUR y la flamante CELAC. El latinoamericanismo dejaría de ser horizonte de deseo o bandera justamente compartida para convertirse en definición de una política internacionalista y regional.

II

En 2008 la nueva época adquirió otros contornos, signados por el conflicto y el entusiasmo. El justo proyecto de retenciones móviles a las exportaciones agropecuarias condujo a una aguda confrontación del proyecto nacional con el bloque de poder que operó -y opera- como el agente interno de la restauración del proyecto derrotado en 2001. Las corporaciones patronales del campo resistieron y no estaban solas. Un tejido nuevo de poder económico se había articulado en el agronegocio con ellas. Contaban con el apoyo de los medios de prensa concentrados, emparentados ideológicamente y entrelazados en los negocios ligados a la Argentina reprimarizada del fin del siglo pasado. Se sumó toda una oposición política variopinta que conjugaba discursos republicanos, conservadores y “progresistas” para la ofensiva destituyente. Organizaciones emblemáticas del empresariado industrial, como la UIA,  beneficiarias de las nuevas políticas, no se comprometieron con el instrumento que favorecía la diversificación productiva del país, ya por ataduras con la persistente creencia neoliberal, ya por la apuesta a un modelo centrado en la demanda externa, sustentado en salarios bajos.

Los tiempos eran agónicos y parieron nuevos actores en conflicto. Se constituyó el bloque que afirmaría la continuidad de un proyecto que, si heredaba los movimientos populares argentinos, también se mostraba prístino en sus diferencias y fundamental en su novedad. Las organizaciones sindicales, sociales, de Derechos Humanos, una buena parte del arco político progresista y de la izquierda no peronista, se asociaron estratégicamente al futuro del kirchnerismo, que se afianzaba como identidad política. Un frentismo de hecho defendía al proyecto del intento de la restauración conservadora. Carta Abierta nacía en ese momento de disputa como expresión de un tipo de militancia que consistía en tomar la palabra colectivamente, procurar interpretaciones y asumir un compromiso público. El conflicto era evidente: frente a un bloque que impulsaba la autonomía nacional y la ampliación de derechos, se alzaba una coalición destituyente promovida por la elite del privilegio.

El año 2009 supuso un desafío de gran dificultad pero las fuerzas estaban templadas y el gobierno profundizó las políticas reparatorias. La Asignación Universal por Hijo y el programa “Argentina Trabaja” signaron ese momento. Coincidieron durante ese año los efectos de la sequía y la primera fase de la crisis internacional que fueron enfrentados con políticas y medidas que desafiaban las ortodoxias y recomendaciones de los poderes internacionales y locales. Pese a que no escaseaban los conflictos, el gobierno impulsó con fuerza otra reforma estructural: una ley de servicios de comunicación audiovisual, que prescribe límites a los monopolios y amplía el derecho a la información. Doblar la apuesta, se constituiría en una marca de estilo frente a las adversidades.

En dos acontecimientos del 2010 pudo verse el cierre de las dificultades mayores del período: en la fiesta callejera de la conmemoración del Bicentenario y en la dolida y colectiva despedida a Néstor Kirchner. Porque si en el primero se vio la multitud reconocida en la nación que se conmemoraba -y esto es: no en abierto conflicto con el gobierno que la representaba-; en el segundo fue la emergencia de un compromiso activo y militante, descubierto junto con la propia fragilidad de las vidas que lo habían incitado. Y si la fiesta del Bicentenario era la contracara de la justa ira de diciembre del 2001; el duelo en la plaza reponía una confianza en la política que era impensable diez años atrás.

III

Eso fue posible porque la apuesta no fue leve y su horizonte fue la Igualdad. Que no es fácil de definir aunque se advierta su búsqueda en luchas, movimientos, documentos, leyes, hechos de gobierno. No es fácil porque se enlaza a otras cuestiones: la de la Justicia, la Libertad. Elegimos, en este momento, llamar igualdad a las posibilidades de una sociedad más justa con sus integrantes, menos esquiva de lo fraterno y lo cooperativo, menos abrupta en el recorte de las libertades para algunos. No se trata sólo de igualdad de oportunidades reclamada por el liberalismo ni de distribución económica, aunque todo ello resulta imprescindible. La ley del matrimonio igualitario -que lleva en su nombre la cuestión que tratamos-, seguida por otras de muy reciente aprobación, evidencia una virtuosa escucha legislativa de los reclamos y valores impulsados por las minorías. El derecho al aborto, concebido como defensa de la autonomía de las mujeres a definir sobre su cuerpo y su deseo a la maternidad -y ya no como sumisión a la voluntad de un otro-, está en el horizonte de esas medidas que, impulsadas por pocos, inauguran, sin embargo, otro estado de los valores, las creencias y las lógicas que estructuran la vida social.

Si la Igualdad es el horizonte de estas políticas, lo es como igualdad de los diferentes y reconocimiento de la heterogeneidad. Lo es como ampliación de la ciudadanía, que se va desplegando en un recorrido desde la inclusión -con las múltiples estrategias de reparación social- hacia la Igualdad. No es poco lo que falta en este sentido y seguramente nunca el camino estará cumplido. La Igualdad de los diferentes debe ser también el signo de una democratización profunda de la cultura, en la que las mayorías tengan acceso y se generen disposiciones al conocimiento y el disfrute de lo creado por este país. Democratizar la cultura no es sólo generar espectáculos masivos, es también crear las condiciones para la renovación del gusto cultural popular y para el impulso hacia la emergencia de nuevas y distintas expresiones. Hay mojones de este intento -como la ley de medios y Tecnópolis- que debe ser profundizado y ampliado. Y no tratará más que de intentos mientras la educación sea un territorio de reproducción de desigualdades, con escuelas privadas subsidiadas y escuelas públicas que tramitan con notables limitaciones las nuevas heterogeneidades.

Una nueva etapa del proyecto nacido con la asunción de Néstor Kirchner en el año 2003 queda inaugurada en los discursos de cierre de campaña de la Presidenta, en ocasión de la victoria electoral y en el foro del G20. En ellos el ideal de la Igualdad y la crítica del orden global del neoliberalismo resonaron como sus núcleos clave. Posicionarse desde América Latina y el Caribe sin neutralidad ni imparcialidad señala el alineamiento frente al poder central en el orden internacional y del lado de las mayorías populares en la política nacional. No son aceptables las interpretaciones de este triunfo electoral como el resultado de un modelo de consumo y a la vez clientelar, del tipo del que signó los años noventa. Allí se trataba de una política de dádivas en un proceso de exclusión, y el crédito a los sectores medios, el dólar barato y la focalización arbitraria -constructora de desigualdad- avanzaban con un discurso que naturalizaba la desaparición de la política como herramienta de transformación. Se trata de la diferencia del sufragio en una nación de ciudadanos respecto al voto en un mercado de consumidores.


IV

El adelanto de un quinquenio en Argentina y en buena parte de América Latina y el Caribe, respecto del cambio de las condiciones de la economía mundial, generó mejores condiciones para las respuestas frente a la profunda crisis que se despliega en ésta. La histórica denuncia de las “relaciones asimétricas” en la reunión de Mar del Plata que derrotó al ALCA y los proyectos de constitución del Banco del Sur y del UNASUR, así como la desvinculación de las políticas recomendadas por los organismos financieros internacionales, precedieron a una crisis que tiene alcances inéditos, dramáticos y de fin imprevisible.

El desplome financiero conduce a la destrucción de un stock de capital ficticio inconmensurable que provoca el desmanejo de las finanzas globales por los organismos creados para ese objetivo. Las derechas de los países centrales se obstinan en profundizar la lógica ultramercantilista en el funcionamiento de las economías, tanto en los órdenes nacionales como en la esfera global. La democracia en los países centrales emprende el retroceso a una formalidad sin ciudadanía, mientras el poder financiero elige tecnocracias para dirigir a los países en riesgo. Las instituciones que fueron origen y centro de la crisis intentan someter a su cruda ley los presupuestos públicos y dar garantía de continuidad al capitalismo en su forma de financiarización. Xenofobia excluyente y ajustes en los presupuestos públicos; privatizaciones de empresas de servicios y reducciones de salarios; despidos masivos y destrucción de lo que restaba de los Estados de bienestar, configuran el nuevo rostro de los países centrales. En el centro del mundo se diseña un escenario de incertidumbre y amenazas, del que no están excluidas las intervenciones armadas que se excusan en “paradigmas civilizatorios”.

El discurso presidencial en el G20 impugnó el capitalismo financiero, la desregulación y la política de precarización del trabajo. Una impugnación a la esencia del capitalismo realmente existente. Implacable crítica hecha desde la jefatura de un gobierno empeñado en construir una sociedad de derechos mientras ese capitalismo actual los destruye en el centro del sistema global que construyó. ¿Habrá futuro para el capitalismo? ¿Habrá futuro para la humanidad? ¿El anarcocapitalismo conducirá a la barbarie?

Durante la última década nuestra región ha comenzado a desarrollar, de manera creciente, una experiencia económica, política, social y cultural esencialmente diferente de la verificada en el occidente desarrollado. Se trata en esencia de un proceso político dirigido a establecer una “sociedad de derechos” que es incongruente con las sociedades de libre mercado. La preeminencia de lo político, tendencia verificable en gran parte de las nuevas experiencias nacionales de América Latina -con marcadas heterogeneidades indudablemente- supone un ejercicio creativo de regulación pública creciente de aspectos económicos esenciales en la cual la ciudadanía política recupera un lugar preeminente respecto de las relaciones mercantiles no exentos de conflictos y contradicciones. El fracaso del plebiscito popular en Grecia acerca de las recetas ortodoxas de ajuste impuestas por el FMI, Alemania y Francia, permiten realizar un poderoso contraste con la mayoría de los gobiernos latinoamericanos cuya soberanía política en materia económica se acrecienta y complejiza a través de novedosos entramados nacionales y de integración multidimensional. Si bien estos procesos no están exentos de intrincados desafíos, asociadas a un exacerbado grado de transnacionalización, gestión de recursos naturales y a complejos escenarios de tensión distributiva, sus características distan de constituirse en evidencia de la lógica del capitalismo central. La imaginación política regional, la búsqueda de autonomía y la voluntad integradora esencialmente crítica del neoliberalismo han abierto una variante de organización social cuya denominación constituye aún una incógnita a dilucidar recurriendo a nuevos debates aún en ciernes. Parece apropiado evitar referencialidades semánticas a pesadas e irresueltas herencias, no renunciando sin embargo a recuperar del arcón de posguerra la voluntad de las grandes gestas humanas que, a través de distintas identidades, dirigieron su proa a idearios democráticos, populares, independientes, igualitarios y libertarios.

No es fácil darle nombre propio al tipo de sociedad que queremos, dice la Carta Abierta /10 y, ciertamente, ese nombre aparecerá cuando se pronuncie colectivamente, en el interior de la conciencia de miles y miles de personas. La unidad de América Latina y el Caribe, que incluye el rechazo a las conductas imperiales y a la anárquica desregulación financiera, resulta en la urgencia de una autonomía no sólo justa, sino imprescindible, frente al desastroso despliegue reaccionario en el centro del capitalismo mundial. El paradigma de la igualdad adquiere una significación trascendente como brújula en el clima de desazón de esta época.

La recuperación y centralidad de la idea de igualdad representa una transformación cultural en Argentina. El trazo grueso de los cantos de sirena del neoliberalismo fue el de crecimiento y derrame: sin acción pública los estímulos de mercados y ganancias conducirían a la ampliación y eficiencia productiva que desembocarían en la reducción de la pobreza en una sociedad de desiguales para el “bien” de todos. Sin embargo, el resultado fue el estancamiento y la exclusión.

Siempre ha existido una relación contradictoria y tensa entre capitalismo e igualdad. La extensión de los derechos civiles y políticos generalizó la ciudadanía formal, mientras que esa expansión  a la vez operaba como velo de la desigualdad en el acceso a bienes y servicios. La idea liberal de un ámbito público de la política alienado de un espacio privado reservado para la economía, esteriliza la potencia de la primera para transformar la segunda. Ni la igualdad sustantiva, ni la ampliación de derechos son cuestiones de mercados, sino de ciudadanía. La primacía de la política sobre la economía, la intervención pública en ésta, la sustitución del objetivo del crecimiento por el del desarrollo y el privilegio ciudadano sobre la determinación mercantil  para elegir el destino estratégico de una nación, son tributarios de una propuesta de profundización de la igualdad. Ésta es la inscripción del paradigma de la igualdad proclamado por la Presidenta como objetivo de esta etapa.


V

Desde el 2003 se produjo una mejora sustantiva en la distribución del ingreso, tanto que Argentina mejora los índices de la región en términos de equidad distributiva. Luego de 60 años en que nuestro país no salía de la regresividad de su sistema impositivo, se ha alcanzado una leve progresividad. Las retenciones han contribuido a ese cambio. Pero el régimen impositivo sigue siendo injusto con el 20% más pobre de la población y reclama una reforma tributaria. El impuesto a la renta financiera, la mayor progresividad del impuesto a las ganancias, la reforma en el impuesto al valor agregado, la consolidación de las retenciones (inclusive recuperando la idea de retenciones móviles) son cuestiones pendientes.

El crecimiento del gasto público ha contribuido a la mejora de la equidad. El significativo incremento del presupuesto educativo y el aumento del gasto en salud contribuyeron a esa mejora. La inversión realizada en esos campos requiere una renovación ahora cualitativa: una atención que no descanse en la mejora de la infraestructura escolar o sanitaria, sino en la formación docente y la renovación de pedagogías; en el control a los laboratorios y en la generalización de un sistema igualitarista de salud. La quita de subsidios a los ricos y a las clases medias-altas que pueden prescindir de los mismos, también constituye a la equidad distributiva. La reasignación presupuestaria al gasto social y a la inversión pública es de estricta justicia. La campaña mediática que designa la mayor carga como un ajuste tiene una marca clasista. No hay redistribución sin recortes del ingreso de los más pudientes. Ajustistas son las políticas recesivas y restrictivas que disminuyen la capacidad de consumo de las mayorías populares, asociadas a recortes del gasto público y no a las reasignaciones progresivas del mismo, que mantienen su nivel. Un cambio distributivo supone modificaciones en la lógica de consumo y de la propia estructura productiva que provee los bienes para éste.

La cuestión de la igualdad comprende el esencial debate acerca de los sectores en pugna por la distribución del ingreso. Los enfoques económicos que desde diversos sectores apuntan a detener la política de incrementos salariales, ubicándola como causa del incremento de los precios y la disminución de la competitividad externa, tienden a imponer un orden injusto propio de la experiencia neoliberal pero esta vez actualizándolo bajo la forma de una peligrosa heterodoxia de raíz conservadora. Este aparente oxímoron -que puede no ser tal- consiste en propiciar una creciente intervención estatal en materia económica pero amputando una de las políticas que diferenciaron al período abierto en 2003 -asociado a la recuperación de los convenios colectivos de trabajo y la dinámica sindical- del programa económico encarnado por el duhaldismo en beneficio del poder económico local y extranjero. Si se considera que la competitividad externa, luego de la devaluación del peso argentino en 2002, fue explicada por fuertes transferencias de ingresos desde los trabajadores y sectores vinculados al mercado interno hacia los sectores medianos y grandes empresarios y exportadores, más que por un incremento de la competitividad sistémica genuina –sólo posible por saltos tecnológicos y productivos devenidos de una política empresarial de fuertes inversiones que en el caso de las grandes empresas tendió a no verificarse con el mismo dinamismo que en la década de los ’90 a pesar de las comparativamente altas tasas de ganancias de los últimos años-, la política de incrementos salariales sistemáticos propiciados desde el gobierno nacional tendió a compensar esa transferencia inicial y distribuir los beneficios de la acelerada creación de riqueza verificada. Con el fin de preservar el carácter progresivo de la política pública –uno de los basamentos del modelo económico- parece imprescindible encauzar el debate acerca de la inflación y el tipo de cambio hacia los complejos escenarios de la puja entre sectores sociales por la distribución del excedente, ejercicio que implica analizar precios, tasas de ganancia, productividad, inversiones y salarios de manera conjunta. Ello supone en sí una renovada acción estatal, tanto técnica como política, sostenida por un debate público, como expresión evidente de la metáfora presidencial de “sintonía fina”.

Mucho se hizo en estos años en pos de la afirmación de la igualdad. Lo hizo un gobierno componiendo a su alrededor un conjunto de alianzas. No fue menor el lugar que tuvo y tiene en esa alianza el sindicalismo mayoritario. Organizaciones remisas a revisar las lógicas de poder que las estructuran –y que las lleva al reconocimiento de cercanías que son claramente corporativas, como la defensa de algunos dirigentes que son juzgados por delitos económicos, delitos inaceptables desde cualquier percepción efectiva de la defensa de los derechos de los trabajadores-, pero al mismo tiempo forjadas en la protección de los derechos de los asalariados formales. El grupo que hoy conduce la CGT se templó en la resistencia de los años ‘90; y desde el 2003 para aquí articuló alianzas al tiempo que sostuvo la mejora de los salarios y la ampliación de derechos. Un contexto de expansión de la demanda laboral y de paritarias reconocidas lo hizo crecer y afirmarse. Hoy aparecen, enfáticamente anunciadas, oscuridades en esas alianzas.

No es fácil, nunca, orientarse en las coyunturas que son pródigas en ambigüedades, en componer hilos heterogéneos, en presentarse con rostros ambivalentes. Pero todo ello no puede evitar una nitidez que sigue presente: la política argentina sigue teniendo un trazo fundamental que distingue entre un bloque de la reacción y un movimiento -complejo y múltiple- que apuesta por la igualdad. Es inimaginable que los trabajadores argentinos y sus representaciones sindicales elijan el camino de la reacción, arrojándose a los brazos de aquellos que hasta ayer nomás se decían sindicalistas para defender intereses patronales o para actuar como emisarios de la corrosión de la legitimidad institucional. Porque la CGT conducida por Hugo Moyano no tiene nada que ver con un gastronómico de las barrabravas ni con un dirigente de peones rurales que pone a sus afiliados como carne de cañón para un paro patronal. Habrá nubarrones en la coyuntura, oscuridades que opaquen la nitidez, habrá que renovar –para despejarlos- un compromiso común, un compromiso hecho de tensiones, diálogos, conflictos y disidencias pero sustentado sobre un acuerdo necesario: el de profundización de la igualdad, el de ampliación de derechos.


VI

El paradigma de la igualdad como el que se avizora requiere de la autonomía nacional. Un problema central y estructural subsistente e intacto es la extranjerización de la economía. La concentración más esa extranjerización, profundizadas deliberadamente por las políticas neoliberales, contribuyen a una persistente fuga de capitales. Durante los ‘90 se financiaba con endeudamiento y hoy se lo hace con las divisas del superávit comercial, conseguido como resultado de la actual política económica y de las condiciones de la economía mundial. Así, el resultado del esfuerzo común es girado al exterior por los más poderosos, que cuanto más ganan más giran. Las constantes remesas de utilidades revelan que la igualdad no constituye un objetivo exclusivamente social, sino un problema nacional. A la exigencia de mayor inversión se agrega el requerimiento de renacionalizar la economía. Las filiales de las empresas transnacionales orientan su política, mucho más, por las necesidades y lógicas de sus casas matrices que por las definiciones, estímulos y objetivos de la política económica local. Una nueva ley de inversiones extranjeras es necesaria para proveer un marco regulatorio que permita al Estado fijar políticas.

Pendiente está, en función de la profundización de la igualdad, una legislación justa sobre la posesión de la tierra urbana y rural. Los desalojos de los humildes y la prepotencia de quienes los llevan a cabo han causado derramamiento de sangre y muertes. La legislación necesaria implica un debate respecto del derecho de propiedad, que por cierto se originó como todos los derechos civiles como reivindicación de los más débiles frente a los más fuertes. La conquista de los montes por parte de los sojeros tiene la misma lógica que la conquista del desierto del siglo XIX. Se despliega como una violación del derecho de propiedad comunitaria para la vida y la cultura de comunidades enteras, destruyendo los derechos de los pueblos originarios y de los campesinos para establecer otros nuevos, que protejan la apropiación de medios de producción por una clase objetivamente vinculada con la restauración del modelo derrotado en el 2001. Apropiación típica de los conquistadores, por medio de la expulsión de campesinos de sus tierras. La solución del hábitat urbano y rural es, tal vez, la que atendería los problemas de mayor injusticia y violencia, resultantes de inequidades desgarrantes.

La marginación del ideario del desarrollo, y su empobrecimiento al subsumirlo en los conceptos de crecimiento y derrame, fue tributaria de la sanción de leyes financieras que retiraron al Estado de la función de direccionamiento del crédito. Nuevas leyes que regulen el funcionamiento de las entidades, las funciones del Banco Central –que incluyen la recuperación del poder estatal para articular la política monetaria con las otras políticas públicas- y los derechos, acceso y protección a los usuarios del crédito significarán la derogación y el reemplazo de la que fuera la ley de leyes de la política económica de la dictadura terrorista: la ley de entidades financieras, y el de la carta orgánica del Banco Central, columna vertebral de la financiarización.

La vibrante defensa de Cristina Fernández de la gestión en Aerolíneas Argentinas, la estatización que dio origen a AYSA y las diferencias de eficiencia en la gestión pública de los fondos jubilatorios aplicados a proyectos de desarrollo, habilitan una vía de profundización sostenida en la recuperación de la gestión empresaria del Estado. Quedó agotado el discurso de la ineficiencia pública respecto de la virtud de la privada. El desempeño del Banco Nación durante las crisis y en el estímulo del crédito productivo, frente a la conducta lucrativa de corto plazo de una banca extranjera especializada en créditos personales -colocados a altas tasas-, muestra otro contraste que abunda en el fundamento del colapso de esa creencia. El déficit de divisas devenido del empeoramiento del balance energético, alerta sobre una defección exploratoria del capital privado en la industria petrolera. La reinstalación de la centralidad empresaria estatal en esos sectores no sólo atendería a requerimientos del proceso de desarrollo, sino que también crearía condiciones para generar estrategias económicas que no desdeñen el cuidado del medio ambiente a la vez que afirmaría el camino de la autonomía nacional.

VII

Si se piensa en una sociedad de derechos, es impensable avanzar sin la idea del plan. Una sociedad de mercados es una sociedad sin plan, porque la organización de la misma opera indirectamente por el peso de la pura correlación de fuerzas de los poderes económicos. En cambio, la construcción de una sociedad de derechos requiere de la participación ciudadana en las decisiones. Participación cuya fuerza quedó demostrada en la forja de la ley de medios, en su discusión por múltiples foros y en la creación de una sensibilidad social sobre su importancia. No debe ser ese un caso aislado sino el umbral para políticas renovadas en las que se apele a una capilar politización de lo cotidiano. O, dicho de otro modo, en el que se conjugue la igualdad más profunda: aquella que nos hace sujetos políticamente autónomos, capaces de opinar, juzgar, comprometerse y decidir.

Una sociedad movilizada, una opinión pública capaz de forjarse en los debates y no en el pensamiento único, una dirigencia capaz de asumir desafíos renovados, un vasto conjunto de militancias heterogéneas y diferentes, configuran un escenario promisorio para el año que se abre. Los desafíos son profundos y las interpretaciones que se conjuguen deberán estar a la altura. No es tiempo de tratos maniqueos con el pasado ni de juicios sumarios sobre la historia, más bien lo es de recostar nuestra experiencia política sobre la diferencia que establece con otros momentos pero también para que su complejidad ilumine la complejidad del pasado. Porque somos enfáticos habitantes del presente, debemos ser comprensivos visitantes de lo sucedido. A sabiendas de que los tiempos nos exigen una imaginación política renovada y un compromiso colectivo para pronunciar las palabras justas. Aquellas que nos permitan afirmar la igualdad.-

10 de diciembre de 2011

No somos neutrales


“La preeminencia de las corrientes ortodoxas en materia de pensamiento económico, durante los últimos treinta años constituyó el principal sustento ideológico de las políticas neoliberales aplicadas en la región, e implicó la negación axiomática del carácter esencialmente social y político de las relaciones vinculadas con la producción y distribución del excedente económico. La profusión de esta mirada redundó en un cambio cultural paradigmático con negativas implicancias en materia de desarrollo estructural y de derechos sociales y económicos básicos de nuestro pueblo”.

Desde el Espacio Carta Abierta Venado Tuerto (ECAVT), pensamos que es necesario desmenuzar las teorías económicas que dieron sustento a la aplicación de políticas neoliberales en nuestro país, para eso es necesario repasar la historia:

Nuestra moneda, desde el año 1930 a la fecha, sufrió la desaparición de 13 ceros, o sea, se devaluó o perdió trece ceros con respecto al dólar.

Para la memoria activa de los últimos años podemos decir que desde el Rodrigazo de 1975, pasando por la “tablita” de Martínez de Hoz y “el que apuesta al dólar pierde” de Lorenzo Sigaut, más el “Plan Austral”, el “Plan Primavera” y la hiperinflación de Alfonsín, conjuntamente con el “Plan Bonex” y la convertibilidad de Menem/Cavallo, la fuga aérea de De la Rúa/Cavallo y la tumultuosa salida de la convertibilidad acompañada por una devaluación espectacular de Duhalde /Remes Lenicov, se generó una cultura de refugio en el dólar donde para los argentinos es más importante ahorrar en dólares que mantener los pesos.