5 de marzo de 2012

Los usos del lenguaje

La contratapa de Ricardo Forster

Lo sabemos sin necesidad de ser semiólogos, lingüistas o lectores del Diccionario del Uso del Español de la inconmensurable María Moliner, que parece haberle seguido la pista y las huellas a todas las palabras de nuestra lengua: más allá del sentido literal, cada palabra guarda no sólo un plus siempre enigmático y una ambigüedad que vuelve fascinante la multiplicidad de sentidos que puede contener y que hace más rica la existencia de los seres humanos habilitando también el territorio de la literatura y la poesía que muestra la fecundidad inagotable del idioma, sino que, también y fundamentalmente, responde, la circulación del lenguaje, a los usos políticos, culturales, mediáticos e ideológicos que le imprimen, casi siempre, su espesor y el modo como impactan en la vida de una sociedad. Nunca, y eso también lo sabemos, el lenguaje es puro e inocente ni se asemeja a las aguas cristalinas de un arroyo de montaña; a medida que va recorriendo las formas laberínticas de la comunicación, su densidad y su opacidad se le agregan como si fuera una segunda naturaleza y cada una de las palabras va siguiendo un camino que se escinde de su sentido original abriendo nuevas significaciones que se relacionan directamente con las mutaciones de la propia realidad. Lo que, en todo caso, el lenguaje o el idioma nunca deja de guardar son las sedimentaciones que su uso va dejando en la memoria cultural. Lo sepamos o no, somos en al medida en que el habla nos atraviesa dejando sus marcas y abriendo continuamente un doble horizonte: el que nos hace viajar hacia el pasado trayéndonos las connotaciones que se esconden en el interior de una palabra que regresa sobre nuestra cotidianidad y aquel otro que le da forma a nuestro hacer transformador haciéndonos girar, también, alrededor de las mutaciones del propio lenguaje con el que construimos nuestro mundo. Una misma palabra, eso también lo sabemos o lo intuimos, tiene diferentes impactos allí donde cada momento histórico le otorga sus propias cualidades.
En una época atravesada de lado a lado por los lenguajes de la comunicación y de la información y en la que hay una relación estrecha y decisiva entre empresas massmediáticas y disputa por el sentido, resulta de una ingenuidad algo más que sospechosa creer que el uso y abuso de ciertos términos es el resultado de un juego espontáneo en el que la propia lógica de la comunicación social hace rodar palabras y conceptos que ocupan fuertemente la escena pública sin que tengan otra connotación que la mera casualidad o el juego azaroso a través del cual circulan las diferentes expresiones. Nada de eso. La circulación de determinadas palabras se relaciona directamente con ciertas “operaciones” que suelen ofrecerle, al lector crítico y atento, de eso que llamamos “realidad” las pistas como para descifrar qué se suele esconder detrás de la proliferación de tal o cual término repentinamente puesto de moda y repetido hasta el hartazgo por los grandes medios de comunicación en sus diferentes versiones gráficas o audiovisuales.
Una de esas palabras es “ajuste” (no deja de tener cierto interés, y de nuevo un modo de comprobar los cambios de sentido o de uso de acuerdo a las mutaciones históricas, que cuando María Moliner compuso su diccionario, allá por 1966, la bendita palabra remitía a muchas cosas menos al uso que hoy tiene en el terreno económico y a su inmediata connotación ideológica). Su sola mención abre una pequeña o gran conmoción en quien la escucha o en quien la pronuncia remitiendo, al receptor o al emisor, a experiencias ya vividas o absorbiendo, entre consciente e inconscientemente, un significado que, por ejemplo entre los argentinos, nos envía hacia un dèjá vu que no deja de erizarnos la piel allí donde nos recuerda su uso a destajo para avanzar, cada vez más, hacia una política devoradora de derechos, de conquistas sociales, de trabajo y hasta de dignidad en nombre de necesidades mayores y grandezas futuras que, en el mientras tanto, no hicieron otra cosa que dejar un tendal de daños y dañados que abarcaron la casi totalidad de la sociedad. La palabra “ajuste”, que hoy regresa brutalmente en la sociedad europea, a nosotros nos remite al ultraliberalismo del viejo Alsogaray y, más cerca en el tiempo, al corazón de las políticas neoliberales que hegemonizaron el sentido común durante la década del ’90. Una palabra, por otro lado, que quiere ser aséptica allí donde busca, vía la lógica del eufemismo, esconder el impacto de una determinada política que suele descargar todo el peso del “sacrificio” sobre las mayorías populares mientras sostiene a rajatablas el interés de los poderosos. Más difícil que encontrar una aguja en un pajar resulta encontrar algún momento político-social en el que el uso del término “ajuste” no haya ido en detrimento de esas mayorías. Su sola mención eriza la piel y nos pone a la defensiva (sería interesante preguntarles a griegos, italianos y españoles que sienten al escuchar, una y otra vez, que sus dirigencias políticas la pronuncian con tanta asiduidad y liviandad).
Lo paradójico del “retorno” de la palabra “ajuste” entre nosotros es que los que no se cansan de pronunciarla, a la hora de hablar de las actuales políticas económicas del gobierno de Cristina, son los mismos que sostuvieron, en los años del verdadero y brutal ajuste, todas aquellas acciones, desde Menem y Cavallo en adelante y que condujeron a la peor crisis social de nuestra historia, que recién comenzaron a ser revertidas cuando, de un modo inesperado, Néstor Kirchner llegó a la presidencia del país y comenzó un nuevo ciclo histórico que tuvo como norte orientador cambiar de raíz la lógica neoliberal. Y cambiar algo de raíz –es decir, someterla a la crítica– supone también modificar el sentido común y la persistencia de un idioma capturado por los engranajes discursivos y prácticos de un sistema, en este caso el neoliberal, que se encargó no sólo de transformar la estructura económica sino que también buscó alterar radicalmente la visión del mundo de la sociedad modificando, a su vez, la manera de decir y de relatar ese nuevo tiempo social, político y económico. De ahí el esfuerzo de dar una batalla por el relato que no se quedara en la simple constatación de las diferencias entre aquel modelo estructurado alrededor de la valorización financiera y este proyecto que intenta avanzar hacia otro modelo de acumulación que tenga en cuanta una más equitativa distribución de la riqueza.
Lo que la corporación mediática, centro neurálgico de la verdadera oposición, busca al reintroducir la palabra “ajuste”, como un modo de “sincerar” la “sintonía fina” de la que viene hablando Cristina como característica de la actual etapa, es vaciar de contenido político-ideológico al kirchnerismo denunciando su esencial “impostura” allí donde una cosa sería su retórica y otra sus acciones de gobierno. Según la oposición mediática (a la que ahora parece unírsele, creemos que por una falsa interpretación de la realidad y por una errónea política de disputa de liderazgo, un Hugo Moyano que parece haber “descubierto” que el kirchnerismo es igual al menemismo y que no hace otra cosa, finalmente, que equivocar el camino poniendo en entredicho los intereses y conquistas de los trabajadores a los que dice representar, intereses y conquistas que se multiplicaron en 8 años de una interesante alianza que nunca dejó de estar exenta de tensiones y contradicciones como parte de la complejidad de la vida democrática y de los difíciles equilibrios entre los intereses particulares y los intereses generales) estaríamos delante del final “del viento de cola” y, por lo tanto, del gran simulacro para regresar, aunque el gobierno no lo diga, a las tradicionales políticas de ajuste.
No eludir la disputa por el sentido implica, en este caso, desarmar la operación de la corporación mediática que intenta dañar al Gobierno apelando a lo que supuestamente sería un “giro a la derecha”, y una manera de hacerlo es darle contenido histórico y densidad política al uso, nuevamente, de ciertas palabras en contraposición a otras. Oponer la palabra “igualdad”, que Cristina ha vuelto a poner en el centro de la escena, a la palabra “ajuste” implica, una vez más, estrechar las relaciones entre el lenguaje y los grandes cambios de la vida social. Y eso, estimado lector, siempre lo supo la derecha que buscó ser la dueña del sentido común.