15 de noviembre de 2011

El espejo europeo, el terrorismo mediático y nuestros “economistas”

La contratapa de Ricardo Forster en BAE 15-11-11

La estrategia sigue siendo la misma: un cóctel de catastrofismo con un complemento de la tan declamada ineficiencia gubernamental más una pizca de “sutil” campaña mediática dirigida, fundamentalmente, hacia los estratos medios siempre sensibles ante esos escenarios de incendio inminente al que son tan afines los grandes medios de comunicación. Pero para que el sabor sea más “original” y encuentre más y mejores consumidores, se le agrega, en abundante sazón, la sabiduría, tantas veces expresada con infatigable elocuencia, por los “economistas” del establishment, esos mismos que durante un par de décadas se dedicaron, full time, a desparramar su visión neoliberal al mismo tiempo que exigían, con vehemencia de guerreros cebados, la desarticulación del Estado, máximo responsable de la decadencia nacional. Como buenos intelectuales orgánicos al servicio del capital concentrado no han cesado en su prédica que no tenía ni tiene otro objetivo, además de suculentos honorarios, que beneficiar a sus generosos mecenas.


Sin ninguna contemplación para la salud de la ciudadanía ni mucho menos para su propio pudor, reiteran, como si fuera un mantra que los acompaña desde el origen más remoto, el recetario gastronómico capaz de aportar, eso siempre nos han dicho mientras preparaban un menú indigesto para las mayorías populares y para las propias clases medias que suelen escucharlos con pasión, milagros curativos: control del gasto social –siempre desaforado, clientelar y responsable de todos los males imaginables–, liberación de las tarifas, desregulación de la economía hoy dominada por los últimos representantes antediluvianos, eso dicen sin sonrojarse, del socialismo bajo el disfraz del chavismo, aplanamiento de los salarios –generadores, al aumentar desaforadamente, cómo podía ser de otro modo bajo un oficialismo demagógico, de la espiral inflacionaria–, autonomía real del Banco Central que, eso proclaman, debe ser la garantía contra el envilecimiento de la moneda y el uso indebido de las reservas –con un monetarismo a prueba de incendios dirigen todos sus dardos contra la actual Presidenta que, por primera vez en décadas ha puesto al Central en consonancia con un proyecto acorde con los intereses nacionales-, endeudamiento externo disimulado con la etiqueta de “volver al mercado de capitales” ávido de “ayudar” al país para reencontrar el rumbo perdido que nos estaba conduciendo, antes de la llegada del malsano populismo, hacia las costas doradas del Primer Mundo.

Mientras estas cosas dicen y reclaman los “economistas” del establishment, cultores de una “sana ortodoxia” que sale a combatir, cual cruzados, al demonio intervencionista, es tarea de los medios concentrados esparcir el pánico multiplicando las señales de hundimiento cuyo emblema máximo es, como en otras coyunturas nacionales, la sacrosanta moneda estadounidense transformada en el máximo fetiche de nuestros desinteresados ahorristas. Nada dicen de la puja por la renta, menos de la tendencia, ya convertida en una segunda naturaleza, a la fuga de capitales que llevan adelante, con sistemática impunidad, los grandes grupos económicos, esos mismos que acompañaron, con hombres e ideología, primero a la dictadura militar (punto de inicio del proceso de desindustrialización, de endeudamiento y de mutación hacia la “valorización financiera”, eufemismo que esconde la estrategia de vaciar de recursos al Estado nacional al mismo tiempo que se lo utiliza para endeudarse y conducir esos miles de miles de millones de dólares no hacia inversiones productivas sino hacia el monumental negocio de la especulación financiera que se convirtió en el eje de un ciclo que culminó, haciendo estallar el país y a la sociedad, en diciembre del 2001) y luego a la experiencia más destructiva, en términos sociales y económicos, que padeció la Argentina a lo largo de su historia y que nació del travestismo menemista y de la refinada teoría pergeñada por Domingo Cavallo desde la Fundación Mediterránea. La radical extranjerización de la economía, multiplicada durante la década de los ’90, fue la frutilla del postre tan festejada por los intelectuales orgánicos de la derecha vernácula. Todavía no hemos podido salir de esa pinza perversa que mantiene, en gran medida, capturado al aparato productivo favoreciendo tanto la concentración monopólica con la consiguiente estructura de formadores de precios que chantajean con la espiral inflacionaria, como la fuga de capitales amparados en la remisión de ganancias a las casas matrices que, como todos saben, hoy están ávidas de capitales que compensen la asoladora crisis por las que atraviesan las economías de los países centrales.

Tarea mayúscula del kirchnerismo, y de su gobierno, seguir revirtiendo, con nuevas y originales herramientas y decisiones, este proceso de extranjerización.
Esos mismos terroristas de la catástrofe inminente e ideólogos del libre mercado son los que hoy vuelven a saturar las pantallas y las radios esparciendo, hacia los cuatro vientos, sus “reveladoras verdades” de pitonisas frustradas ante un proyecto que viene cambiando la vida de los argentinos desde hace más de ocho años y se prepara, para alarma de tanto “refinado psicólogo” de los humores del mercado, a profundizar la horrible y espantosa “senda populista” mientras, una vez más, el mundo “serio” se dirige hacia otro lado, ese que los argentinos hemos extraviado de la mano de un gobierno “ineficiente y ciego” para corregir sus “monumentales equivocaciones”. Ellos, como siempre, están allí, desinteresadamente, para ofrecernos sus inmaculadas recetas. A esa receta Cristina le acaba de poner un nombre preciso: “anarcocapitalismo financiero”.

Muy atentos a lo que sucede en Europa, disfrutan y se relamen ante el mayor golpe contra la vida democrática que han sufrido griegos e italianos en las últimas décadas. Ellos desearían, para nuestro país, que se deje paso a los “técnicos y economistas” para resolver lo que los “políticos no pueden resolver” porque carecen de los conocimientos y de la firmeza suficiente para disciplinar a sociedades demasiado acostumbradas “al lujo, al dispendio y a la haraganería”. Con una brutalidad indisimulada han sido los grandes bancos y sus gobiernos (léase principalmente Alemania y Francia, con el aval de los Estados Unidos) los que han decidido quiénes deberán hacerse cargo de la crítica situación de Grecia e Italia. Su elección no ha dejado ninguna duda: dos economistas del establishment bancario europeo, dos tecnócratas sin pasado ni tradición política –enfermedad de la democracia que hay que curar– serán los encargados de llevar hasta sus últimas consecuencias los planes de ajuste sin los que, eso proclaman desde los cuatro rincones mediáticos, será imposible salir de la crisis. Su receta, en la Argentina la padecimos con brutalidad sin anestesia, lanzará al desamparo a los más débiles y multiplicará la concentración en pocas manos de la riqueza, la extranjerización y la privatización de los últimos bienes de griegos e italianos. Nuestros economistas neoterroristas, cultores del espanto y anunciadores del Apocalipsis, sueñan con convertirse, como sus pares europeos, en los garantes de la libertad de mercado y en los ejecutores de aquellas políticas que devuelvan al país a la senda de la “racionalidad económica” de la que nunca debió haber salido.

Lamentablemente para ellos el 54% de los argentinos votaron otro proyecto. ¿Pero desde cuándo les importó lo que piensan las mayorías y sus oxidados recursos democráticos? ¿Acaso no hemos aprendido todo de Europa y no descendemos de los barcos que vinieron allende el océano Atlántico? ¿Por qué no volver a imitar a quienes han sido desde siempre nuestros pedagogos? Lástima la democracia y su horrenda costumbre de poner piedras en la rueda del progreso.

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